8 POEMAS PARA EL 8-M

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La mujer ha ido atravesando un largo y tortuoso camino, lleno de obstáculos y sinsabores, hasta llegar al día de hoy, a este siglo XXI en el que aún tiene que seguir luchando y demostrando demasiadas cosas. Hemos seleccionado 8 poemas. Escritoras y escritores que cambiaron paradigmas, que exploraron territorios lingüísticos y formas poéticas. 8 poetas que hoy continúan inscritas en las constelaciones de la literatura y que alumbraron, en épocas de oscuridad, algunas palabras ocultas en la zona penumbrosa de la realidad

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1.- Sor Juana Inés de la Cruz – En perseguirme mundo, ¿qué interesas?

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En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas;
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi pensamiento
que no mi pensamiento en las riquezas.

Y no estimo hermosura que, vencida,
es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor, en mis verdades,
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

Sor Juana Inés de la Cruz (1648 – 1695) es una de las autoras más interesantes de la poesía del Siglo de Oro. Desde joven, tuvo inquietudes intelectuales, por lo que el camino religioso le abrió las puertas hacia la posibilidad de leer y cultivarse. En su obra, discutió el lugar que ocupaba la mujer en la sociedad, adelantándose muchísimo a su época.

En este soneto se refiere a la pretensión social de que la mujer sólo puede ser admirada por su belleza física. En forma de pregunta, cuestiona a quién puede molestar el deseo de enriquecer su mente por sobre la capacidad de resultar deseable para el sexo opuesto.

Para ella, no importan los halagos o los bienes, la verdadera hermosura se encuentra en la belleza del pensamiento, por sobre cualquier otra vanidad que el mundo imponga al género femenino.

2. La mujer fuerte – Gabriela Mistral

Me acuerdo de tu rostro que se fijó en mis días,
mujer de saya azul y de tostada frente,
que en mi niñez y sobre mi tierra de ambrosía
vi abrir el surco negro en un abril ardiente.

Alzaba en la taberna, honda la copa impura
el que te apegó un hijo al pecho de azucena,
y bajo ese recuerdo, que te era quemadura,
caía la simiente de tu mano, serena.

Segar te vi en enero los trigos de tu hijo,
y sin comprender tuve en ti los ojos fijos,
agrandados al par de maravilla y llanto.

Y el lodo de tus pies todavía besara,
porque entre cien mundanas no he encontrado tu cara
¡y aun te sigo en los surcos la sombra con mi canto!

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Gabriela Mistral (1889 – 1957) fue una de las intelectuales más importantes de la primera mitad del siglo XX en América Latina. En su obra poética trabajó diversos temas, entre los que destacan la educación y el rol social de la mujer.

En estos versos decide hacerle una oda a la mujer trabajadora. Particularmente, aquella que se dedica a las labores del campo («Vi abrir el surco negro en un abril ardiente»). Así, describe a una luchadora, esforzada, que realiza con dedicación sus faenas,.De igual manera, se hace cargo de su hijo sola, afrontando con valor los retos que le entregó la vida.

Mistral expresa admiración por este personaje, pero también compadece un destino de tanto esfuerzo que pasa desapercibido. Es por ello que escribe el poema en memoria a todas aquellas mujeres que conoció durante su infancia.

3. Y Dios me hizo mujer – Gioconda Belli

Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos,
nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo que creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.

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Gioconda Belli (Nicaragua, 1948) es reconocida por una escritura en la que prima una voz femenina que se busca a sí misma. Este es uno de sus textos más famosos.

En este poema, la hablante hace referencia a los aspectos que la distinguen como mujer, como sus curvas y su capacidad de engendrar hijos. Asimismo, alaba a Dios por haberla creado y bendice haber nacido.

4. La mujer y la casa – José Lezama Lima

Hervías la leche
y seguías las aromosas costumbres del café.
Recorrías la casa
con una medida sin desperdicios.
Cada minucia un sacramento,
como una ofrenda al peso de la noche.
Todas tus horas están justificadas
al pasar del comedor a la sala,
donde están los retratos
que gustan de tus comentarios.
Fijas la ley de todos los días
y el ave dominical se entreabre
con los colores del fuego
y las espumas del puchero.
Cuando se rompe un vaso,
es tu risa la que tintinea.
El centro de la casa
vuela como el punto en la línea.
En tus pesadillas
llueve interminablemente
sobre la colección de matas
enanas y el flamboyán subterráneo.
Si te atolondraras,
el firmamento roto
en lanzas de mármol,
se echaría sobre nosotros.

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El escritor cubano José Lezama Lima (1910 – 1976) es uno de los más destacados de su generación. En este poema realiza una oda a la mujer más importante de su vida: su madre.

A través de los versos, el autor relaciona la figura materna con el espacio de la casa, ya que ambas significan seguridad y alegría. De esta manera, la mujer es la que permite la unidad de la familia, la que es capaz de lograr armonía a través de cada mínimo detalle y hacer sentir a sus seres queridos felices y plenos.

5. Tú me quieres blanca – Alfonsina Storni

Tú me quieres alba,

me quieres de espumas,

me quieres de nácar.

Que sea azucena

Sobre todas, casta.

De perfume tenue.

Corola cerrada .

Ni un rayo de luna

filtrado me haya.

Ni una margarita

se diga mi hermana.

Tú me quieres nívea,

tú me quieres blanca,

tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas

las copas a mano,

de frutos y mieles

los labios morados.

Tú que en el banquete

cubierto de pámpanos

dejaste las carnes

festejando a Baco.

Tú que en los jardines

negros del Engaño

vestido de rojo

corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto

conservas intacto

no sé todavía

por cuáles milagros,

me pretendes blanca

(Dios te lo perdone),

me pretendes casta

(Dios te lo perdone),

¡me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,

vete a la montaña;

límpiate la boca;

vive en las cabañas;

toca con las manos

la tierra mojada;

alimenta el cuerpo

con raíz amarga;

bebe de las rocas;

duerme sobre escarcha;

renueva tejidos

con salitre y agua:

Habla con los pájaros

y lévate al alba.

Y cuando las carnes

te sean tornadas,

y cuando hayas puesto

en ellas el alma

que por las alcobas

se quedó enredada,

entonces, buen hombre,

preténdeme blanca,

preténdeme nívea,

preténdeme casta.

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Alfonsina Storni, cuyas obras son destacadas por su alto componente feminista, nos brinda este maravilloso poema. Su obra fue bastante autobiográfica, ya que en aquellos conservadores años, a principios del siglo XX en Buenos Aires, fue madre soltera y se mantenía a sí misma con su trabajo como profesora y periodista.

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6. Casida de la mujer desnuda – Federico García Lorca

Verte desnuda es recordar la Tierra.
La Tierra lisa, limpia de caballos.
La Tierra sin un junco, forma pura
cerrada al porvenir: confín de plata.

Verte desnuda es comprender el ansia
de la lluvia que busca débil talle
o la fiebre del mar de inmenso rostro
sin encontrar la luz de su mejilla.

La sangre sonará por las alcobas
y vendrá con espada fulgurante,
pero tú no sabrás dónde se ocultan
el corazón de sapo o la violeta.

Tu vientre es una lucha de raíces,
tus labios son un alba sin contorno,
bajo las rosas tibias de la cama
los muertos gimen esperando turno.

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Federico García Lorca (1898 – 1936) fue uno de los escritores españoles más populares del siglo XX. En este poema, alaba a la mujer como una fuerza creadora. Aquí, el cuerpo femenino posee la misma belleza y fertilidad que la tierra, por lo que se convierte en un espacio sagrado capaz de iluminar los espacios y crear vida.

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7. Si Dios fuera mujer – Mario Benedetti

¿Y si Dios fuera mujer?
pregunta Juan sin inmutarse,
vaya, vaya si Dios fuera mujer
es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas.

Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce,
su pubis no de piedra,
sus pechos no de mármol,
sus labios no de yeso.

Si Dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
hasta que la muerte nos separe
ya que sería inmortal por antonomasia
y en vez de transmitirnos SIDA o pánico
nos contagiaría su inmortalidad.

Si Dios fuera mujer no se instalaría
lejana en el reino de los cielos,
sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,
con sus brazos no cerrados,
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles.

Ay Dios mío, Dios mío
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.

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Mario Benedetti (1920 – 2009) fue uno de los escritores más importantes de Uruguay. En este poema se refiere a la posibilidad de un diosa para quien primaría siempre el amor y la comprensión.

A diferencia de la imagen de un Dios fuerte y castigador que entregó la Iglesia Católica en América Latina, tal como una madre, sería una figura cercana y abierta.

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8.- Somos mujeres – Elvira Sastre

No podemos olvidar este poema tan acertado para celebrar el Día de la Mujer como se merece de Elvira Sastre, inmensa poeta actual

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Miradnos.
Somos la luz de nuestra propia sombra,
el reflejo de la carne que nos ha acompañado,
la fuerza que impulsa a las olas más minúsculas.

Somos el azar de lo oportuno,
la paz que termina con las guerras ajenas,
dos rodillas arañadas que resisten con valentía.

Miradnos.
Decidimos cambiar la dirección del puño
porque nosotras no nos defendemos:
nosotras luchamos.

Miradnos.
Somos, también, dolor, somos miedo,
somos un tropiezo fruto de la zancadilla de otro
que pretende marcar un camino que no existe.

Somos, también, una espalda torcida,
una mirada maltratada, una piel obligada,
pero la misma mano que alzamos
abre todas las puertas,
la misma boca con la que negamos
hace que el mundo avance,
y somos las únicas capaces de enseñar
a un pájaro a volar.

Miradnos.
Somos música,
inabarcables, invencibles, incontenibles, inhabitables,
luz en un lugar que aún no es capaz de
abarcarnos, vencernos, contenernos, habitarnos,
porque la belleza siempre cegó los ojos
de aquel que no sabía mirar.

Nuestro animal es una bestia indomable
que dormía tranquila hasta que decidisteis
abrirle los ojos con vuestros palos,
con vuestros insultos, con este desprecio
que, oídnos:
no aceptamos.

Miradnos.
Porque yo lo he visto en nuestros ojos,
lo he visto cuando nos reconocemos humanas
en esta selva que no siempre nos comprende
pero que hemos conquistado.

He visto en nosotras
la armonía de la vida y de la muerte,
la quietud del cielo y del suelo,
la unión del comienzo y del fin,
el fuego de la nieve y la madera,
la libertad del sí y el no,
el valor de quien llega y quien se va,
el don de quien puede y lo consigue.

Miradnos,
y nunca olvidéis que el universo y la luz

salen de nuestras piernas.

Porque un mundo sin mujeres
no es más que un mundo vacío y a oscuras.

Y nosotras
estamos aquí
para despertaros
y encender la mecha.

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PD: No quisiera dejar pasar la ocasión sin recoger aquí mi propio testimonio, dedicado a la mujer, a la mujer que me acompaña desde hace ya varias décadas, a ti, Cira, uno de los muchos poemas que me dictaste al oído:

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A LA DUEÑA DE LAS CAMPANAS ( Tríptico )

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I.- DIVERTIMENTO
Aquellos días en que el primer colegio nos arrastraba / cuando los aires del parque
se perdían en un bosque / donde Hansel y Gretel coleccionaban lucecitas de colores / y yo
quería saltar la rayuela / de tus gestos oceánicos / Aquellos días de sudor y miel / heridos
de gótica herida / cuando llegábamos tarde a casa / y allí nos esperaba Nausícaa guardando
la varita mágica de los cuentos de hadas / y donde los libros estaban plagados / de oleadas
de cíclopes y tesoros / o donde la cabellera de Berenice / deshojaba las sílabas secretas de
nuestro primer amor /
En aquellos días sin paisaje / la sed de tu boca se saciaba con mil retales de amor /
guijarros alados / por donde el césped de tu estirpe / escupía de cara al mundo / y donde tu
aliento / era una mañana gris donde los pájaros se volvían a acostar / Aquel nocturno
maizal / mujer-aullido / contigo tiene nombre / Cada tarde soy una herida augusta /
entregado a la tentación meridional de tus besos /
Bucle de toda brisa / la ballesta de tu frente se abre sobre un compás de cítaras /
que manan una canción / una jarcha de gacelas / arrodilladas a beber de una nube carmesí
/ Estás en pie / pecho salvaje / nostálgica de amor y fuego / arpa celeste.

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II.- ANDANTE
Tres filigranas de sudor resbalan
tu cara de pergamino y
si tuviéramos un sitio donde
reposar, nos iríamos a
un valle azul que
ya no existe o
a una tarde de carnaval
a punto de incendiarse.
Crecía la leyenda tatuada
de tus firmes besos,
mientras tú deshacías
las cintas de tu pelo malva
y desnudabas tus
pantorrillas de aguardiente.
He besado los muros de
una ciudad oculta y
se me ha derrumbado
el torreón árabe de tus
lamentos de azahar. Varias
horquillas de nácar sosegado
acarician la voz
aguamarina de mis cabellos
amamantados, crespa ola,
y tú sigues las huellas de las
almaradas nocturnas que nos
hablan de una Granada desierta,
Vía Láctea de
tus albos pechos.
Uvas, charcos y rosas
en la tarde son tus zapatos
amarillo-altar, crecidos
oleajes de un galeón
de naranjas y carmines.

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III.- SINFONÍA
A tí te vale ser pálida
como el origen de la fruta,
como una calle repleta de castañas,
a dos centímetros del amor.
Eres mi oráculo de besos y tus palabras
son labios descosidos por donde
la verdad
cae a chorros,
se inunda de
aguamarina y regresa teñida al compás
de las palomas. A tí mujer-pantano,
con alas de tambor, vengo a llenarte
los ojos de caracolas y en tu boca,
torreón de leche, colocar
un martinete de leyendas.
Podrá helarse la risa en los arrayanes,
dormirse para siempre el invierno de Montmartre,
y tú seguirás ahí
cimbreando las caricias de tus
veinte años. Las canciones
borrachas – wie einst, Lilí Marlen -,
cuando sólo me he limitado a
peinar aquella escena, aquel aljibe azul
de tus dedos, me recuerdan las ondinas
de luz de tus mejillas. Te besé en un
rincón preciso de la boca y comencé a
escuchar esa danza que bailan en
la era dos zagales morenos, mientras
lenta la luna recobraba los almendros

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